Hola, queridos hermanos,
diversos pontífices nos han dejado un testamento espiritual, sabedores que estamos de paso en este mundo y con la convicción de que la Casa Paterna, es nuestra verdadera morada.
Cada Papa, es el sucesor de san Pedro.
Cada uno de ellos, ha dejado una impronta muy especial y muy acertada en la vida de la Iglesia. Por ello, no debemos de compararlos.
Cada uno de ellos, ha llegado a nuestros corazones y muy al estilo propio de cada uno de ellos, nos han enseñado amar de manera más profunda a nuestra santa madre la Iglesia.
Seguidamente, les dejo los testimonios espirituales de los últimos Papas, que Dios nos ha regalado...
Les deseo una santa y profunda meditación, recordando que tarde o temprano, en algún momento, todos nos iremos...
Nos vemos, Dios mediante, en la CASA PATERNA...
¡GRACIAS MIL,
QUERIDO PAPA FRANCISCO...
GRACIAS MIL!!!... :
Testamentos espirituales. ÍNDICE :
2013 - 2025 (12 años y 39 días)
+ 21/04/2025. Lunes del Ángel. Octava de Pascua.
Film : El padre Jorge
Film : Los dos Papas
Film :
Film :
2005 - 2013 (7 años y 315 días)
+ 31/12/2022. 7º día de Octava de Navidad.
Film : Los dos Papas
Film : El Papa de la razón
1978 - 2005 (26 años y 168 días)
+ 02/04/2005. Octava de Navidad.
Film : Karol, el Papa, el hombre
Film : Pope John Paul II. The movie
Film : Testimonio
Otros : PONTÍFICES. JUAN PABLO II. 1978 - 2005. Karol Jósej Wojtyla. Fiesta 22/10. 1920 - 2005. Polonia
- # 263 San Juan Pablo I
1978 - 1978 (33 días)
+ 28/09/1978. Memoria de san Wenceslao, mártir.
Otros :
1963 - 1978 (15 años y 46 días)
+ 6/08/1978. Fiesta de la Transfiguración del Señor.
Film : Il Papa nelle tempesta (I)
Film :
1958 - 1963
+ 3/06/1963. Al día siguiente de Pentecostés.
Memoria de san Carlos Luanga y compañeros mártires.
Film : El Papa bueno
Film : Karol (Cartoni animati)
Film : Il Papa buono (Documentario)
1939 - 1958
+ 9/10/1958. Memoria de san Dionisio, obispo y compañeros mártires.
Film : Bajo el cielo de Roma
Film : Escarlata y negro
Otros : PONTÍFICES. PÍO XII . 1939 - 1958. Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli (1876 - 1958). Italia
- # 259 Pío XI
1922 - 1939
+ 10/02/1939. Memoria santa Escolástica, virgen.
- # 258 Benedicto XV
1914 - 22/01/1922
+ 22/01/1922. Memoria de san Vicente, diácono y mártir.
Otros :
- # 257 Pío X
1903 - 1914
+ 20/08/1914. Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia.
- # 256 León XIII
1878 - 1903
+ 20/06/1903
Otros :
- # 255 Pío IX
1846 - 1878
Otros :
- TESTAMENTO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
(Lo miró con misericordia y lo eligió)
En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén.
Sintiendo que se acerca el ocaso de mi vida terrenal y con viva esperanza en la Vida Eterna, deseo expresar mi voluntad testamentaria únicamente en lo que se refiere al lugar de mi sepultura.
Siempre he confiado mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima. Por eso, pido que mis restos mortales descansen esperando el día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor.
Deseo que mi último viaje terrenal concluya precisamente en este antiquísimo santuario mariano, al que acudía para rezar al comienzo y al final de cada viaje apostólico, para encomendar con confianza mis intenciones a la Madre Inmaculada y darle las gracias por su docil y maternal cuidado.
Pido que mi tumba sea preparada en el nicho de la nave lateral entre la Capilla Paulina (Capilla de la Salus Populi Romani) y la Capilla Sforza de la citada Basílica Papal, como se indica en el anexo adjunto.
El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoraciones especiales y con la única inscripción: Franciscus.
Los gastos para la preparación de mi sepultura serán sufragados con la donación del benefactor que he elegido, suma que será transferida a la Basílica Papal de Santa María la Mayor, y para lo cual he dado las instrucciones oportunas a Mons. Rolandas Makrickas, Comisario Extraordinario del Capítulo Liberiano.
Que el Señor dé la merecida recompensa a quienes me han querido y seguirán rezando por mí. El sufrimiento que se ha hecho presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos.
Santa Marta, 29 de junio de 2022
En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén.
Sintiendo que se acerca el ocaso de mi vida terrenal y con viva esperanza en la Vida Eterna, deseo expresar mi voluntad testamentaria únicamente en lo que se refiere al lugar de mi sepultura.
Siempre he confiado mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima. Por eso, pido que mis restos mortales descansen esperando el día de la resurrección en la Basílica Papal de Santa María la Mayor.
Deseo que mi último viaje terrenal concluya precisamente en este antiquísimo santuario mariano, al que acudía para rezar al comienzo y al final de cada viaje apostólico, para encomendar con confianza mis intenciones a la Madre Inmaculada y darle las gracias por su docil y maternal cuidado.
Pido que mi tumba sea preparada en el nicho de la nave lateral entre la Capilla Paulina (Capilla de la Salus Populi Romani) y la Capilla Sforza de la citada Basílica Papal, como se indica en el anexo adjunto.
El sepulcro debe estar en la tierra; sencillo, sin decoraciones especiales y con la única inscripción: Franciscus.
Los gastos para la preparación de mi sepultura serán sufragados con la donación del benefactor que he elegido, suma que será transferida a la Basílica Papal de Santa María la Mayor, y para lo cual he dado las instrucciones oportunas a Mons. Rolandas Makrickas, Comisario Extraordinario del Capítulo Liberiano.
Que el Señor dé la merecida recompensa a quienes me han querido y seguirán rezando por mí. El sufrimiento que se ha hecho presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos.
Santa Marta, 29 de junio de 2022
(Colaboradores de la verdad)
26 de agosto de 2006
Mi testamento espiritual
Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión; siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.
Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.
De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.
A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.
Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia —las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro— fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.
Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día.
Benedictus PP XVI
L'Osservatore Romano edición semanal en lengua española, Año LX, número 1, 6 de enero de 2023.
- TESTAMENTO DEL SANTO PADRE SAN JUAN PABLO II
26 de agosto de 2006
Mi testamento espiritual
Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión; siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.
Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.
De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.
A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.
Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia —las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro— fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.
Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día.
Benedictus PP XVI
L'Osservatore Romano edición semanal en lengua española, Año LX, número 1, 6 de enero de 2023.
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Escudo pontificio de Benedicto XVI |
FUENTE : LA SANTA SEDE
- TESTAMENTO DEL SANTO PADRE SAN JUAN PABLO II
Testamento del 6 de marzo de 1979 (y añadiduras sucesivas):
(Lema:)
"Totus Tuus ego sum"
En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén.
"Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (cf. Mt 24, 42). Estas palabras me recuerdan la última llamada, que llegará en el momento en el que quiera el Señor. Deseo seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrena me prepare para ese momento. No sé cuándo llegará, pero al igual que todo, pongo también ese momento en las manos de la Madre de mi Maestro: "Totus tuus". En estas mismas manos maternales lo dejo todo y a todos aquellos a los que me ha unido mi vida y mi vocación. En estas manos dejo sobre todo a la Iglesia, así como a mi nación y a toda la humanidad. Doy las gracias a todos. A todos les pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad e indignidad.
Durante los ejercicios espirituales he releído el testamento del Santo Padre Pablo VI. Esta lectura me ha impulsado a escribir este testamento.
No dejo tras de mí ninguna propiedad de la que sea necesario tomar disposiciones. Por lo que se refiere a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que los apuntes personales sean quemados. Pido que vele sobre esto don Stanislaw, a quien agradezco su colaboración y ayuda tan prolongada a través de los años y tan comprensiva.
Todos los demás agradecimientos los dejo en el corazón ante Dios mismo, pues es difícil expresarlos.
Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dio el Santo Padre Pablo VI (aquí hay una nota al margen: el sepulcro en la tierra, no en un sarcófago, 13.III.92). Con respecto al lugar, decida el Colegio cardenalicio y mis compatriotas.
"Apud Dominum misericordia
et copiosa apud Eum redemptio"
Juan Pablo pp. II
Roma, 6.III.1979
Tras la muerte, pido santas misas y oraciones.
5.III.1990
* * *
Hoja sin fecha:
Expreso mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para afrontar, según su voluntad, cualquier tarea, prueba y sufrimiento que quiera pedir a su siervo, en el transcurso de la vida. Confío también en que no permita nunca que, a través de cualquier actitud mía: palabras, obras u omisiones, traicione mis obligaciones en esta santa Sede de Pedro.
* * *
24.II —1.III.1980
También durante estos ejercicios espirituales he reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de Cristo en la perspectiva de ese tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a este mundo, para nacer al otro, al mundo futuro, es signo elocuente (añadido encima: decisivo) para nosotros la resurrección de Cristo.
Por eso, he leído la redacción de mi testamento del último año, realizado también durante los ejercicios espirituales. Lo he comparado con el testamento de mi gran predecesor y padre Pablo VI, con ese sublime testimonio sobre la muerte de un cristiano y de un Papa, y he renovado en mí la conciencia de las cuestiones a las que se refiere la redacción del 6.III. 1979, preparada por mí (de manera más bien provisional).
Hoy sólo quiero añadir esto: que todos debemos tener presente la perspectiva de la muerte. Y debemos estar dispuestos a presentarnos ante el Señor y Juez, y simultáneamente Redentor y Padre. Por eso, yo también tengo presente esto continuamente, encomendando ese momento decisivo a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.
Los tiempos en que vivimos son sumamente difíciles y agitados. Se ha hecho también difícil y tenso el camino de la Iglesia, prueba característica de estos tiempos, tanto para los fieles como para los pastores. En algunos países (como, por ejemplo, en uno sobre el que he leído durante los ejercicios espirituales), la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal, que no es inferior a las de los primeros siglos, más aún, las supera por el nivel de crueldad y de odio. "Sanguis martyrum, semen christianorum". Además de esto, muchas personas desaparecen inocentemente, también en este país en el que vivimos...
Una vez más, deseo encomendarme totalmente a la gracia del Señor. Él mismo decidirá cuándo y cómo tengo que terminar mi vida terrena y el ministerio pastoral. En la vida y en la muerte "Totus Tuus", mediante la Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esa muerte, espero que Cristo me dé la gracia para el último paso, es decir, la Pascua (mía). Espero que también la haga útil para esta causa más importante a la que trato de servir: la salvación de los hombres, la salvaguarda de la familia humana y, en ella, de todas las naciones y pueblos (entre ellos, me dirijo también de manera particular a mi patria terrena); que sea útil para las personas que de manera particular me ha confiado, para la Iglesia, para la gloria del mismo Dios.
No deseo añadir nada a lo que ya escribí hace un año: sólo expresar esta disponibilidad y, al mismo tiempo, esta confianza, a la que me han impulsado de nuevo estos ejercicios espirituales.
Juan Pablo pp. II
* * *
"Totus Tuus ego sum"
5.III.1982
Durante los ejercicios espirituales de este año he leído (varias veces) el texto del testamento del 6.III.1979. Aunque lo sigo considerando provisional (no definitivo), lo dejo en la forma en la que está. No cambio (por ahora) nada, y tampoco añado nada por lo que se refiere a las disposiciones que contiene.
El atentado contra mi vida, el 13.V.1981, en cierto sentido me ha confirmado la exactitud de las palabras escritas en el período de los ejercicios espirituales de 1980 (24.II 1.III).
Siento cada vez más profundamente que me encuentro totalmente en las manos de Dios y me pongo continuamente a disposición de mi Señor, encomendándome a él en su Inmaculada Madre (Totus Tuus).
Juan Pablo pp. II
* * *
5.III.1982
En relación con la última frase de mi testamento del 6.III.1979 ("Sobre el lugar, es decir, el lugar del funeral, que decida el Colegio cardenalicio y mis compatriotas"), aclaro que me refiero al arzobispo metropolitano de Cracovia o al Consejo general del Episcopado de Polonia. Por otra parte, pido al Colegio cardenalicio que, en la medida de las posibilidades, acceda a las posibles peticiones de los antes mencionados.
* * *
1.III.1985 (durante los ejercicios espirituales):
Vuelvo sobre lo que se refiere a la expresión "Colegio cardenalicio y mis compatriotas": el "Colegio cardenalicio" no tiene obligación alguna de consultar sobre este asunto a "mis compatriotas"; puede hacerlo si, por algún motivo, lo considera conveniente.
JPII
Ejercicios espirituales del Jubileo del año 2000
(12-18.III)
(para el testamento)
1. Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el Cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: "La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio". No sé si repito exactamente la frase, pero al menos este era el sentido de lo que entonces escuché. Lo dijo el hombre que ha pasado a la historia como Primado del milenio. Un gran primado. Fui testigo de su misión, de su entrega total, de sus luchas: de su victoria. "La victoria, cuando llegue, será una victoria a través de María": el Primado del milenio solía repetir estas palabras de su predecesor, el cardenal August Hlond.
De este modo, fui preparado en cierto sentido para la tarea que el día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en el que escribo estas palabras, el Año jubilar de 2000, ya es una realidad en acto. La noche del 24 de diciembre de 1999, se abrió la simbólica Puerta del gran jubileo en la basílica de San Pedro y, después, la de San Juan de Letrán; y luego, el primer día del año, la de Santa María la Mayor; y, el 19 de enero, la Puerta de la basílica de San Pablo extramuros. Este último acontecimiento, a causa de su carácter ecuménico, ha quedado grabado en la memoria de manera particular.
2. A medida que avanza el Año jubilar 2000, día a día se cierra detrás de nosotros el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los designios de la Providencia, se me ha concedido vivir en el difícil siglo que está transformándose en pasado, y ahora, en el año en que mi vida llega a los ochenta años ("octogesima adveniens"), es necesario preguntarse si no ha llegado la hora de repetir con el bíblico Simeón: "Nunc dimittis".
En el día 13 de mayo de 1981, el día del atentado contra el Papa durante la audiencia general en la plaza de San Pedro, la divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. El que es único Señor de la vida y de la muerte me prolongó esta vida; en cierto sentido, me la dio de nuevo. A partir de ese momento le pertenece aún más a él. Espero que me ayude a reconocer hasta cuándo tengo que continuar este servicio, al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando él mismo quiera. "En la vida y en la muerte pertenecemos al Señor... Del Señor somos" (cf. Rm 14, 8). Espero también que, mientras pueda cumplir el servicio petrino en la Iglesia, la misericordia de Dios me dé las fuerzas necesarias para este servicio.
3. Como cada año, durante los ejercicios espirituales, he leído mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones que contiene. Lo que entonces, y también durante los sucesivos ejercicios espirituales se ha añadido, refleja la difícil y tensa situación general que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño del año 1989, esta situación ha cambiado. La última década del siglo pasado ha quedado libre de las precedentes tensiones; esto no significa que no haya traído consigo nuevos problemas y dificultades. Bendita sea la Providencia Divina, de manera particular, porque el período de la así llamada "guerra fría" ha terminado sin el violento conflicto nuclear, un peligro que se cernía sobre el mundo en el período precedente.
4. Al estar en el umbral del tercer milenio "in medio Ecclesiae", deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado.
"In medio Ecclesiae"... Desde los primeros años del servicio episcopal —precisamente gracias al Concilio— me ha sido posible experimentar la comunión fraterna del Episcopado. Como sacerdote de la archidiócesis de Cracovia, había experimentado lo que significaba la comunión fraterna del presbiterio. El Concilio ha abierto una nueva dimensión de esta experiencia.
5. ¡A cuántas personas debería mencionar aquí! Probablemente el Señor Dios ha llamado a su presencia a la mayoría de ellas. Por lo que se refiere a quienes todavía se encuentran en esta parte, que las palabras de este testamento les recuerden, a todos y por doquier, allí donde se encuentren.
A lo largo de los más de veinte años desde que desempeño el servicio petrino "in medio Ecclesiae", he experimentado la benevolente y particularmente fecunda colaboración de numerosos cardenales, arzobispos y obispos; de muchos sacerdotes; de muchas personas consagradas —hermanos y hermanas—; y, por último, de muchísimas personas laicas, en el ámbito de la Curia, en el Vicariato de la diócesis de Roma, así como fuera de estos ámbitos.
¡Cómo no abrazar con un agradecido recuerdo a todos los Episcopados del mundo, con los que me he encontrado en las sucesivas visitas "ad limina Apostolorum"! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos, no católicos! ¡Y al rabino de Roma, así como a tantos representantes de las religiones no cristianas! ¡Y a quienes representan al mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social!
6. A medida que se acerca el final de mi vida terrena, vuelvo con la memoria a los inicios, a mis padres, a mi hermano y a mi hermana (a la que no conocí, pues murió antes de mi nacimiento), a la parroquia de Wadowice, donde fui bautizado, a esa ciudad tan amada, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero, y después a la parroquia de Niegowic, a la de San Florián en Cracovia, a la pastoral de los universitarios, al ambiente..., a todos los ambientes..., a Cracovia y a Roma..., a las personas que el Señor me ha encomendado de manera especial.
A todos sólo les quiero decir una cosa: "Que Dios os dé la recompensa".
"In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum".
A.D.
17.III.2000

FUENTE : LA SANTA SEDE
"In nomine Domini"
(En el nombre del Señor)
Publicamos la traducción castellana del testamento de Pablo VI: ha sido elaborada cuidadosamente, respetando la puntuación y grafía usadas por el Papa en su manuscrito. El documento consta de un primer texto de diez páginas escrito en Roma el 30 de junio de 1965; a este texto el Santo Padre añadió luego dos anexos, uno en 1972 y otro en 1973. El primero lo redactó en Castelgandolfo y en él está consignada incluso la hora, además de la fecha; son dos páginas. El segundo consta de pocas líneas en una sola página. Así, resultan en total 13 páginas. [L'Osservatore romano, edición en lengua español, Año X - N. 34, 20 de agosto, 1978]
Algunas notas para mi testamento
In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.
1 - Fijo la mirada en el misterio de la muerte y de lo que a ésta sigue en la luz de Cristo, el único que la esclarece; y por tanto, con confianza humilde y serena. Percibo la verdad que para mí se ha proyectado siempre desde este misterio sobre la vida presente, y bendigo al vencedor de la muerte por haber disipado sus tinieblas y descubierto su luz.
Por ello, ante la muerte y la separación total y definitiva de la vida presente, siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza el destino de esta misma existencia fugaz: Señor, Te doy gracias porque me has llamado a la vida, y más aun todavía, porque haciéndome cristiano me has regenerado y destinado a la plenitud de la vida. Asimismo siento el deber de dar gracias y bendecir a quien fue para mí transmisor de los dones de la vida que me has concedido Tú, Señor: los que me han traído a la vida (¡sean benditos mis Padres, tan dignos!), los que me han educado, amado, hecho bien, ayudado, rodeado de buenos ejemplos, de cuidados, afectos, confianza, bondad, cortesía, amistad, fidelidad, respeto. Contemplo lleno de agradecimiento las relaciones naturales y espirituales que han dado origen, ayuda, consuelo y significado a mi humilde existencia: ¡Cuántos dones, cuántas cosas hermosas y elevadas, cuánta esperanza he recibido yo en este mundo! Ahora que la jornada llega al crepúsculo y todo termina y se desvanece esta estupenda y dramática escena temporal y terrena, ¿cómo agradecerte, Señor, después del don de la vida natural, el don muy superior de la fe y de la gracia, en el que únicamente se refugia al final mi ser? ¿Cómo celebrar dignamente tu bondad, Señor, porque apenas entrado en este mundo, fui insertado en el mundo inefable de la Iglesia católica? Y ¿cómo, por haber sido llamado e iniciado en el Sacerdocio de Cristo? Y ¿cómo, por haber tenido el gozo y la misión de servir a las almas, a los hermanos, a los jóvenes, a los pobres, al pueblo de Dios, y haber tenido el honor inmerecido de ser ministro de la santa Iglesia, en Roma sobre todo, al lado del Papa, después en Milán como arzobispo en la cátedra, demasiado alta para mí y venerabilísima, de los santos Ambrosio y Carlos, y finalmente en ésta de San Pedro, suprema y tremenda y santísima? In aeternum Domini misericordias cantabo.
Reciban mi saludo y bendición todas las personas que he encontrado en mi peregrinación terrena; los que fueron colaboradores míos, consejeros y amigos, y ¡tantos lo han sido, y tan buenos y generosos y queridos! ¡Benditos sean los que recibieron mi ministerio y fueron hijos y hermanos míos en nuestro Señor!
A vosotros, Lodovico y Francesco, hermanos de sangre y de espíritu, y a vosotros los seres tan queridos todos de mi casa, que no me habéis pedido nada, ni habéis recibido ningún favor terreno de mí, y que siempre me habéis dado ejemplo de virtudes humanas y cristianas, que me habéis comprendido con tanta discreción y cordialidad y, sobre todo, me habéis ayudado a buscar en la vida presente el camino hacia la futura, a vosotros va mi paz y mi bendición.
El pensamiento se vuelve hacia atrás y se extiende alrededor; y sé bien que no sería cumplida esta despedida, si no me acordase de pedir perdón a cuantos haya podido ofender, o no servir, o no amar bastante; e igualmente si no me acordara del perdón que algunos puedan desear de mí.
La paz del Señor sea con nosotros.
Y siento que la Iglesia me rodea: oh, Iglesia santa, una y católica y apostólica, recibe mi supremo acto de amor con mi bendición y saludo.
A ti, Roma, diócesis de San Pedro y del Vicario de Cristo, tan querida de este último siervo de los siervos de Dios, mi bendición más paternal y más plena, para que Tú, Urbe del Orbe, tengas siempre presente tu misteriosa vocación y sepas responder con virtudes humanas y con fe cristiana a tu misión espiritual y universal, todo a lo largo de la historia del mundo.
Y a Vosotros todos, venerables Hermanos en el Episcopado, mi saludo más cordial y reverente; estoy con vosotros en la única fe, en la misma caridad, en el empeño apostólico común, en el servicio solidario del Evangelio, para edificación de la Iglesia de Cristo y salvación de toda la humanidad. A todos los Sacerdotes, los Religiosos y las Religiosas, los Alumnos de nuestros Seminarios, los Católicos fieles y militantes, los jóvenes, los que sufren, los pobres, los que buscan la verdad y la justicia: a todos, la bendición del Papa, que muere.
Y también, con particular reverencia y agradecimiento a los Señores Cardenales y a toda la Curia romana: ante vosotros, que me rodeáis más de cerca, profeso solemnemente nuestra Fe, declaro nuestra Esperanza, celebro la Caridad que no muere, aceptando humildemente de la divina voluntad la muerte que me esté destinada, invocando la gran misericordia del Señor, implorando la intercesión clemente de María santísima, de los Ángeles y de los Santos, y encomendando mi alma a la oración de los buenos.
2 - Nombro heredero universal a la Santa Sede: me obligan a ello el deber, la gratitud y el amor, salvo las disposiciones que abajo se indican.
3 - Sea ejecutor testamentario mi Secretario privado. El tendrá a bien aconsejarse de la Secretaría de Estado y se atendrá a las normas jurídicas vigentes y a las buenas costumbres eclesiásticas.
4 - En cuanto a las cosas de este mundo: me propongo morir pobre y simplificar así todo.
Por lo que se refiere a los bienes muebles e inmuebles de mi propiedad personal, que aún pudieran quedar de proveniencia familiar, dispongan de ellos libremente mis Hermanos Lodovico y Francesco; les ruego que apliquen algún sufragio por mi alma y por las de nuestros Difuntos. Den algunas limosnas a personas necesitadas y para obras buenas. Guarden para sí y den a quien lo merezca o lo desee algún recuerdo de las cosas, o de los objetos religiosos, o de los libros de mi propiedad particular. Destruyan las notas, cuadernos, correspondencia y escritos míos personales.
De las demás cosas que se puedan decir mías personales: disponga, como ejecutor testamentario, mi Secretario privado, guardando para sí y entregando a las personas más amigas algún pequeño objeto como recuerdo. Agradeceré que se destruyan los manuscritos y notas de mi puño y letra; y que de la correspondencia recibida, de carácter espiritual y reservado, se queme todo lo que no estaba destinado al conocimiento de los demás. En el caso de que el ejecutor testamentario no pueda realizar esto, tenga a bien hacerlo la Secretaría de Estado.
5 - Ruego vivamente que se celebren sufragios y se den limosnas generosas, dentro de lo posible.
Respecto a los funerales: sean devotos y sencillos. (Se suprima el catafalco que se usa para las exequias pontificias, sustituyéndolo por algo humilde y decoroso).
La tumba: desearía que fuera en la tierra misma, con una señal modesta, que indique el lugar e invite a piedad cristiana. No quiero monumento ninguno.
6 - Y respecto a lo que más importa, despidiéndome de la escena de este mundo y yendo al encuentro del juicio y de la misericordia de Dios: debería decir tantas cosas, muchas. Sobre la situación de la Iglesia; que escuche las palabras que le hemos dedicado con tanto afán y amor. Sobre el Concilio: se lleve a término felizmente y trátese de cumplir con fidelidad sus prescripciones. Sobre el ecumenismo: continúese la tarea de acercamiento a los Hermanos separados, con mucha comprensión, mucha paciencia y gran amor; pero sin desviarse de la auténtica doctrina católica. Sobre el mundo: no se piense que se le ayuda adoptando sus criterios, su estilo y sus gustos, sino procurando conocerlo, amándolo y sirviéndolo.
Cierro los ojos sobre esta tierra doliente, dramática y magnífica, implorando una vez más sobre ella la Bondad divina. De nuevo bendigo a todos. Especialmente a Roma, Milán y Brescia. Y una bendición y un saludo especial para Tierra santa, la Tierra de Jesús, adonde fui como peregrino de fe y de paz. Y a la Iglesia, a la queridísima Iglesia católica, a la humanidad entera, mi bendición apostólica.
Finalmente: In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum. Ego: Paulus P.P. VI - Roma, junto a San- Pecho, 30 de junio de 1965, año III de nuestro Pontificado.
(Notas complementarias
a mi testamento)
In manos tuas, Domine, commendo spiritum meum. -
Magnificat anima mea Dominum. Maria!
Credo. Spero. Amo. In Pax Christi.
Doy las gracias a cuantos me han hecho bien. Pido perdón a cuantos yo no haya hecho bien. A todos doy yo la paz en el Señor.
Saludo a mi queridísimo Hermano Lodovico y a todos mis familiares, parientes, amigos y a cuantos han recibido mi ministerio. Gracias a todos los colaboradores, particularmente a la Secretaría de Estado.
Bendigo con especial caridad a Brescia, Milán, Roma, a toda la Iglesia. Quam dilecta tabernacula tua, Domine!
Todo lo mío para la Santa Sede.
Se encargue mi Secretario particular, el querido Don Pasquale Macchi, de que se celebren algunos sufragios y se hagan algunas obras de beneficencia, y que de entre los libros y objetos de mi pertenencia se reserve para él y dé a las personas queridas algún recuerdo.
No deseo ninguna tumba especial.
Algunas oraciones para que Dios tenga misericordia de mí.
In Te, Domine, speravi. Amen, alleluia. A todos mi bendición, in nomine Domine.
Paulus PP. VI -
Castel Gandolfo, 16 de septiembre de 1972, hora 7.30.
Anexo a mis disposiciones
testamentarias
Deseo que mis funerales sean de la máxima simplicidad y no quiero tumba especial, ni monumento alguno. Algunos sufragios (obras de beneficencia y oraciones).
Paulus PP. VI -
14 julio 1973

Escudo pontificio de San Pablo VI
FUENTE : LA SANTA SEDE
- TESTAMENTO ESPIRITUAL DEL PAPA JUAN XXIII

Lema :
(En el nombre del Señor)
Publicamos la traducción castellana del testamento de Pablo VI: ha sido elaborada cuidadosamente, respetando la puntuación y grafía usadas por el Papa en su manuscrito. El documento consta de un primer texto de diez páginas escrito en Roma el 30 de junio de 1965; a este texto el Santo Padre añadió luego dos anexos, uno en 1972 y otro en 1973. El primero lo redactó en Castelgandolfo y en él está consignada incluso la hora, además de la fecha; son dos páginas. El segundo consta de pocas líneas en una sola página. Así, resultan en total 13 páginas. [L'Osservatore romano, edición en lengua español, Año X - N. 34, 20 de agosto, 1978]
Algunas notas para mi testamento
In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.
1 - Fijo la mirada en el misterio de la muerte y de lo que a ésta sigue en la luz de Cristo, el único que la esclarece; y por tanto, con confianza humilde y serena. Percibo la verdad que para mí se ha proyectado siempre desde este misterio sobre la vida presente, y bendigo al vencedor de la muerte por haber disipado sus tinieblas y descubierto su luz.
Por ello, ante la muerte y la separación total y definitiva de la vida presente, siento el deber de celebrar el don, la fortuna, la belleza el destino de esta misma existencia fugaz: Señor, Te doy gracias porque me has llamado a la vida, y más aun todavía, porque haciéndome cristiano me has regenerado y destinado a la plenitud de la vida. Asimismo siento el deber de dar gracias y bendecir a quien fue para mí transmisor de los dones de la vida que me has concedido Tú, Señor: los que me han traído a la vida (¡sean benditos mis Padres, tan dignos!), los que me han educado, amado, hecho bien, ayudado, rodeado de buenos ejemplos, de cuidados, afectos, confianza, bondad, cortesía, amistad, fidelidad, respeto. Contemplo lleno de agradecimiento las relaciones naturales y espirituales que han dado origen, ayuda, consuelo y significado a mi humilde existencia: ¡Cuántos dones, cuántas cosas hermosas y elevadas, cuánta esperanza he recibido yo en este mundo! Ahora que la jornada llega al crepúsculo y todo termina y se desvanece esta estupenda y dramática escena temporal y terrena, ¿cómo agradecerte, Señor, después del don de la vida natural, el don muy superior de la fe y de la gracia, en el que únicamente se refugia al final mi ser? ¿Cómo celebrar dignamente tu bondad, Señor, porque apenas entrado en este mundo, fui insertado en el mundo inefable de la Iglesia católica? Y ¿cómo, por haber sido llamado e iniciado en el Sacerdocio de Cristo? Y ¿cómo, por haber tenido el gozo y la misión de servir a las almas, a los hermanos, a los jóvenes, a los pobres, al pueblo de Dios, y haber tenido el honor inmerecido de ser ministro de la santa Iglesia, en Roma sobre todo, al lado del Papa, después en Milán como arzobispo en la cátedra, demasiado alta para mí y venerabilísima, de los santos Ambrosio y Carlos, y finalmente en ésta de San Pedro, suprema y tremenda y santísima? In aeternum Domini misericordias cantabo.
Reciban mi saludo y bendición todas las personas que he encontrado en mi peregrinación terrena; los que fueron colaboradores míos, consejeros y amigos, y ¡tantos lo han sido, y tan buenos y generosos y queridos! ¡Benditos sean los que recibieron mi ministerio y fueron hijos y hermanos míos en nuestro Señor!
A vosotros, Lodovico y Francesco, hermanos de sangre y de espíritu, y a vosotros los seres tan queridos todos de mi casa, que no me habéis pedido nada, ni habéis recibido ningún favor terreno de mí, y que siempre me habéis dado ejemplo de virtudes humanas y cristianas, que me habéis comprendido con tanta discreción y cordialidad y, sobre todo, me habéis ayudado a buscar en la vida presente el camino hacia la futura, a vosotros va mi paz y mi bendición.
El pensamiento se vuelve hacia atrás y se extiende alrededor; y sé bien que no sería cumplida esta despedida, si no me acordase de pedir perdón a cuantos haya podido ofender, o no servir, o no amar bastante; e igualmente si no me acordara del perdón que algunos puedan desear de mí.
La paz del Señor sea con nosotros.
Y siento que la Iglesia me rodea: oh, Iglesia santa, una y católica y apostólica, recibe mi supremo acto de amor con mi bendición y saludo.
A ti, Roma, diócesis de San Pedro y del Vicario de Cristo, tan querida de este último siervo de los siervos de Dios, mi bendición más paternal y más plena, para que Tú, Urbe del Orbe, tengas siempre presente tu misteriosa vocación y sepas responder con virtudes humanas y con fe cristiana a tu misión espiritual y universal, todo a lo largo de la historia del mundo.
Y a Vosotros todos, venerables Hermanos en el Episcopado, mi saludo más cordial y reverente; estoy con vosotros en la única fe, en la misma caridad, en el empeño apostólico común, en el servicio solidario del Evangelio, para edificación de la Iglesia de Cristo y salvación de toda la humanidad. A todos los Sacerdotes, los Religiosos y las Religiosas, los Alumnos de nuestros Seminarios, los Católicos fieles y militantes, los jóvenes, los que sufren, los pobres, los que buscan la verdad y la justicia: a todos, la bendición del Papa, que muere.
Y también, con particular reverencia y agradecimiento a los Señores Cardenales y a toda la Curia romana: ante vosotros, que me rodeáis más de cerca, profeso solemnemente nuestra Fe, declaro nuestra Esperanza, celebro la Caridad que no muere, aceptando humildemente de la divina voluntad la muerte que me esté destinada, invocando la gran misericordia del Señor, implorando la intercesión clemente de María santísima, de los Ángeles y de los Santos, y encomendando mi alma a la oración de los buenos.
2 - Nombro heredero universal a la Santa Sede: me obligan a ello el deber, la gratitud y el amor, salvo las disposiciones que abajo se indican.
3 - Sea ejecutor testamentario mi Secretario privado. El tendrá a bien aconsejarse de la Secretaría de Estado y se atendrá a las normas jurídicas vigentes y a las buenas costumbres eclesiásticas.
4 - En cuanto a las cosas de este mundo: me propongo morir pobre y simplificar así todo.
Por lo que se refiere a los bienes muebles e inmuebles de mi propiedad personal, que aún pudieran quedar de proveniencia familiar, dispongan de ellos libremente mis Hermanos Lodovico y Francesco; les ruego que apliquen algún sufragio por mi alma y por las de nuestros Difuntos. Den algunas limosnas a personas necesitadas y para obras buenas. Guarden para sí y den a quien lo merezca o lo desee algún recuerdo de las cosas, o de los objetos religiosos, o de los libros de mi propiedad particular. Destruyan las notas, cuadernos, correspondencia y escritos míos personales.
De las demás cosas que se puedan decir mías personales: disponga, como ejecutor testamentario, mi Secretario privado, guardando para sí y entregando a las personas más amigas algún pequeño objeto como recuerdo. Agradeceré que se destruyan los manuscritos y notas de mi puño y letra; y que de la correspondencia recibida, de carácter espiritual y reservado, se queme todo lo que no estaba destinado al conocimiento de los demás. En el caso de que el ejecutor testamentario no pueda realizar esto, tenga a bien hacerlo la Secretaría de Estado.
5 - Ruego vivamente que se celebren sufragios y se den limosnas generosas, dentro de lo posible.
Respecto a los funerales: sean devotos y sencillos. (Se suprima el catafalco que se usa para las exequias pontificias, sustituyéndolo por algo humilde y decoroso).
La tumba: desearía que fuera en la tierra misma, con una señal modesta, que indique el lugar e invite a piedad cristiana. No quiero monumento ninguno.
6 - Y respecto a lo que más importa, despidiéndome de la escena de este mundo y yendo al encuentro del juicio y de la misericordia de Dios: debería decir tantas cosas, muchas. Sobre la situación de la Iglesia; que escuche las palabras que le hemos dedicado con tanto afán y amor. Sobre el Concilio: se lleve a término felizmente y trátese de cumplir con fidelidad sus prescripciones. Sobre el ecumenismo: continúese la tarea de acercamiento a los Hermanos separados, con mucha comprensión, mucha paciencia y gran amor; pero sin desviarse de la auténtica doctrina católica. Sobre el mundo: no se piense que se le ayuda adoptando sus criterios, su estilo y sus gustos, sino procurando conocerlo, amándolo y sirviéndolo.
Cierro los ojos sobre esta tierra doliente, dramática y magnífica, implorando una vez más sobre ella la Bondad divina. De nuevo bendigo a todos. Especialmente a Roma, Milán y Brescia. Y una bendición y un saludo especial para Tierra santa, la Tierra de Jesús, adonde fui como peregrino de fe y de paz. Y a la Iglesia, a la queridísima Iglesia católica, a la humanidad entera, mi bendición apostólica.
Finalmente: In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum. Ego: Paulus P.P. VI - Roma, junto a San- Pecho, 30 de junio de 1965, año III de nuestro Pontificado.
(Notas complementarias
a mi testamento)
In manos tuas, Domine, commendo spiritum meum. -
Magnificat anima mea Dominum. Maria!
Credo. Spero. Amo. In Pax Christi.
Doy las gracias a cuantos me han hecho bien. Pido perdón a cuantos yo no haya hecho bien. A todos doy yo la paz en el Señor.
Saludo a mi queridísimo Hermano Lodovico y a todos mis familiares, parientes, amigos y a cuantos han recibido mi ministerio. Gracias a todos los colaboradores, particularmente a la Secretaría de Estado.
Bendigo con especial caridad a Brescia, Milán, Roma, a toda la Iglesia. Quam dilecta tabernacula tua, Domine!
Todo lo mío para la Santa Sede.
Se encargue mi Secretario particular, el querido Don Pasquale Macchi, de que se celebren algunos sufragios y se hagan algunas obras de beneficencia, y que de entre los libros y objetos de mi pertenencia se reserve para él y dé a las personas queridas algún recuerdo.
No deseo ninguna tumba especial.
Algunas oraciones para que Dios tenga misericordia de mí.
In Te, Domine, speravi. Amen, alleluia. A todos mi bendición, in nomine Domine.
Paulus PP. VI -
Castel Gandolfo, 16 de septiembre de 1972, hora 7.30.
Anexo a mis disposiciones
testamentarias
Deseo que mis funerales sean de la máxima simplicidad y no quiero tumba especial, ni monumento alguno. Algunos sufragios (obras de beneficencia y oraciones).
Paulus PP. VI -
14 julio 1973

Escudo pontificio de San Pablo VI
FUENTE : LA SANTA SEDE
- TESTAMENTO ESPIRITUAL DEL PAPA JUAN XXIII

Lema :
"Obœdientia et Pax"
(Obediencia y paz)
(Obediencia y paz)
Venecia, 29 de junio de 1954.
Testamento espiritual y mi última voluntad:
En el momento de presentarme ante el Señor, Uno y Trino, que me creó, me redimió y me quiso su sacerdote y obispo, me colmó de gracias sin fin, confío mi pobre alma a su misericordia: le pido humildemente perdón de mis pecados y de mis deficiencias, le ofrezco lo poco bueno que con su ayuda he conseguido hacer, aunque imperfecto y mezquino, por su gloria, al servicio de la santa Iglesia, para edificación de mis hermanos, suplicando finalmente que me acoja como padre bueno y piadoso, con sus santos en la eternidad bienaventurada.
Deseo profesar, una vez más, toda mi fe cristiana y católica y mi pertenencia y sujeción a la santa Iglesia católica y romana, y mi perfecta devoción y obediencia a su Augusta Cabeza, el Sumo Pontífice, a quien tuve el gran honor de representar durante largos años en diversas regiones del Oriente y del Occidente, y que me quiso finalmente en Venecia como cardenal y como patriarca, y a quien he seguido siempre con afecto sincero, por cima de todas las dignidades que me ha concedido. El sentido de mi pequeñez y de mi nada me ha acompañado siempre haciéndome humilde y tranquilo, y concediéndome la satisfacción de dedicarme lo mejor posible al ejercicio continuo de obediencia y caridad por las almas y los intereses del Reino de Cristo, mi Señor y mi todo. A Él la gloria, y para mí como único merito mío: su misericordia. Mi mérito, la misericordia del Señor. Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te amo. Esto sólo me basta.
Pido perdón a aquellos que hubiere ofendido inconscientemente, a todos los que no he edificado. Creo no tener nada que perdonar a nadie, pues en cuantos me han conocido y se han relacionado conmigo —me ofendieran, o despreciaran, o me tuvieran justamente por lo demás en menor estima, o fueron para mí motivo de aflicción— no encuentro más que a hermanos y bienhechores, a los que estoy agradecido, por los que oro y oraré siempre.
Nacido pobre, pero de honrada y humilde familia, estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias de mi vida sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha alimentado, cuanto he tenido entre las manos —poca cosa por otra parte— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado. Aparentes opulencias ocultaron con frecuencia espinas escondidas de dolorosa pobreza y me impidieron dar siempre con largueza lo que hubiera deseado. Doy gracias a Dios por esta gracia de la pobreza de la que hice voto en mi juventud, como sacerdote del Sagrado Corazón, pobreza de espíritu y pobreza real; que me ayudó a no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, nunca, ni para mí ni para mis parientes o amigos.
A mi querida familia según la sangre —de la que por otra parte no he recibido ninguna riqueza material— no puedo dejar más que una grande y especialísima bendición, con la invitación de que se mantenga en el temor de Dios que siempre me la hizo tan querida y amada, aunque sencilla y modesta, sin avergonzarme de ella jamás y que es su verdadero título de nobleza. La he socorrido también algunas veces, en sus necesidades más graves, como pobre con los pobres, pero sin elevarla nunca de su pobreza honrada y alegre. Suplico y pido siempre su prosperidad, gozoso como estoy de advertir también en los nuevos y vigorosos retoños la firmeza y la fidelidad a la tradición religiosa de los padres, que será siempre su fortuna. Mi más ferviente augurio es que ninguno de mis parientes y allegados esté ausente en el momento del gozo del bien eterno.
Partiendo, como confío, por los caminos del Cielo, saludo, doy gracias y bendigo a tantos y a tantos que han formado sucesivamente mi familia espiritual, en Bérgamo, en Roma, en Oriente, en Francia, en Venecia, y que fueron mis paisanos, bienhechores, colegas, alumnos, colaboradores, amigos y conocidos, sacerdotes y seglares, religiosos y religiosas, de los cuales por disposición de la Providencia, fui, aunque indigno, hermano, padre o Pastor.
La bondad de que fue objeto mi pobre persona por parte de todos con los que me encontré en mi camino, ha hecho tranquila mi vida. Recuerdo bien ante la muerte a todos y a cada uno, a los que me han precedido en el último paso, a los que me sobrevivirán y que me seguirán. Que oren por mí. Se lo compensaré en el Purgatorio o en el Paraíso, donde espero ser escuchado, lo repito una vez más, no por mis méritos, sino por la misericordia de mi Señor.
Recuerdo a todos y por todos pido. Pero mis hijos de Venecia, los últimos que el Señor ha querido poner en torno mío, como último consuelo y gozo de mi vida sacerdotal, quiero nombrarles particularmente como prueba de admiración, reconocimiento y de ternura singular, Los abrazo en espíritu a todos, a todos, clero y laicado, sin distinción, como sin distinción los he amado como miembros de una misma familia, objeto de una misma preocupación y amabilidad paternal y sacerdotal. “Padre santo, conserva a estos que me diste en tu nombre: que sean una sola cosa como nosotros” (Jn 17, 11).
En el momento del adiós, o mejor, del hasta la vista, también recuerdo a todo lo que más vale en la vida: Cristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, y, en el Evangelio, sobre todo, el Padre Nuestro, con el espíritu y el corazón de Cristo y del Evangelio, la verdad y la bondad, la bondad mansa y benigna, activa y paciente, invicta y victoriosa.
Hijos míos, hermanos míos, adiós. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre de Cristo nuestro amor, de María nuestra dulcísima madre; de San José mi primer y principal protector. En el nombre de San Pedro, de San Juan Bautista y de San Marcos; de San Lorenzo Justiniano y de San Pío X. Que así sea.
Cardenal Ángel José Roncalli, patriarca.
Este texto lleva de puño y letra del Papa las siguiente acotaciones:
«Estas páginas escritas por mi valen como manifestación de mi absoluta voluntad para el caso de mi muerte repentina.
Venecia, 17 de septiembre de 1957.
Ángel José Roncalli, Cardenal.
Y valen también como testamento espiritual sumándose a las disposiciones testamentarias aquí unidas con fecha de 30 de abril de 1959ۚ».
Juan XXIII PP.
Roma, 4 de diciembre de 1959.
MI TESTAMENTO
Castelgandolfo, 12 de septiembre de 1961.
Bajo el auspicio amable y confiado de María, mi Madre celestial, cuyo nombre celebra hoy la liturgia, y a los ochenta años de edad, dispongo y renuevo aquí mi testamento, anulando cualquier otra voluntad hecha y escrita precedentemente, en otras ocasiones.
Espero y aceptaré sencilla y alegremente la llegada de mi hermana la muerte con todas las circunstancias con que le plazca al Señor enviármela.
Ante todo pido perdón al Padre de las misericordias por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, como tantas y tantas veces dije y repetí al ofrecer mi Sacrificio diario.
Para esta primera gracia del perdón de Cristo, para todas mis culpas, y de la entrada de mi alma en el bienaventurado y eterno Paraíso, me encomiendo a la intercesión de cuantos me han seguido, conocido durante toda mi vida de sacerdote, de obispo y de humildísimo e indigno siervo de los siervos del Señor.
Se llena mi corazón de alegría al renovar íntegra y ferviente mi profesión de fe católica, apostólica y romana. Entre las diversas formas y símbolos con que suele expresarse la fe, prefiero el “Credo de la misa” sacerdotal y pontifical, con la elevación más profunda y sonora en unión con la Iglesia universal de todos los ritos, siglos y regiones: desde el “Credo in unum Deum Patrem omnipotentem” al “Et vitam venturi saeculi”.
Opus iustitiae pax
(La paz, obra de la justicia)
Testamento espiritual y mi última voluntad:
En el momento de presentarme ante el Señor, Uno y Trino, que me creó, me redimió y me quiso su sacerdote y obispo, me colmó de gracias sin fin, confío mi pobre alma a su misericordia: le pido humildemente perdón de mis pecados y de mis deficiencias, le ofrezco lo poco bueno que con su ayuda he conseguido hacer, aunque imperfecto y mezquino, por su gloria, al servicio de la santa Iglesia, para edificación de mis hermanos, suplicando finalmente que me acoja como padre bueno y piadoso, con sus santos en la eternidad bienaventurada.
Deseo profesar, una vez más, toda mi fe cristiana y católica y mi pertenencia y sujeción a la santa Iglesia católica y romana, y mi perfecta devoción y obediencia a su Augusta Cabeza, el Sumo Pontífice, a quien tuve el gran honor de representar durante largos años en diversas regiones del Oriente y del Occidente, y que me quiso finalmente en Venecia como cardenal y como patriarca, y a quien he seguido siempre con afecto sincero, por cima de todas las dignidades que me ha concedido. El sentido de mi pequeñez y de mi nada me ha acompañado siempre haciéndome humilde y tranquilo, y concediéndome la satisfacción de dedicarme lo mejor posible al ejercicio continuo de obediencia y caridad por las almas y los intereses del Reino de Cristo, mi Señor y mi todo. A Él la gloria, y para mí como único merito mío: su misericordia. Mi mérito, la misericordia del Señor. Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que te amo. Esto sólo me basta.
Pido perdón a aquellos que hubiere ofendido inconscientemente, a todos los que no he edificado. Creo no tener nada que perdonar a nadie, pues en cuantos me han conocido y se han relacionado conmigo —me ofendieran, o despreciaran, o me tuvieran justamente por lo demás en menor estima, o fueron para mí motivo de aflicción— no encuentro más que a hermanos y bienhechores, a los que estoy agradecido, por los que oro y oraré siempre.
Nacido pobre, pero de honrada y humilde familia, estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias de mi vida sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha alimentado, cuanto he tenido entre las manos —poca cosa por otra parte— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado. Aparentes opulencias ocultaron con frecuencia espinas escondidas de dolorosa pobreza y me impidieron dar siempre con largueza lo que hubiera deseado. Doy gracias a Dios por esta gracia de la pobreza de la que hice voto en mi juventud, como sacerdote del Sagrado Corazón, pobreza de espíritu y pobreza real; que me ayudó a no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, nunca, ni para mí ni para mis parientes o amigos.
A mi querida familia según la sangre —de la que por otra parte no he recibido ninguna riqueza material— no puedo dejar más que una grande y especialísima bendición, con la invitación de que se mantenga en el temor de Dios que siempre me la hizo tan querida y amada, aunque sencilla y modesta, sin avergonzarme de ella jamás y que es su verdadero título de nobleza. La he socorrido también algunas veces, en sus necesidades más graves, como pobre con los pobres, pero sin elevarla nunca de su pobreza honrada y alegre. Suplico y pido siempre su prosperidad, gozoso como estoy de advertir también en los nuevos y vigorosos retoños la firmeza y la fidelidad a la tradición religiosa de los padres, que será siempre su fortuna. Mi más ferviente augurio es que ninguno de mis parientes y allegados esté ausente en el momento del gozo del bien eterno.
Partiendo, como confío, por los caminos del Cielo, saludo, doy gracias y bendigo a tantos y a tantos que han formado sucesivamente mi familia espiritual, en Bérgamo, en Roma, en Oriente, en Francia, en Venecia, y que fueron mis paisanos, bienhechores, colegas, alumnos, colaboradores, amigos y conocidos, sacerdotes y seglares, religiosos y religiosas, de los cuales por disposición de la Providencia, fui, aunque indigno, hermano, padre o Pastor.
La bondad de que fue objeto mi pobre persona por parte de todos con los que me encontré en mi camino, ha hecho tranquila mi vida. Recuerdo bien ante la muerte a todos y a cada uno, a los que me han precedido en el último paso, a los que me sobrevivirán y que me seguirán. Que oren por mí. Se lo compensaré en el Purgatorio o en el Paraíso, donde espero ser escuchado, lo repito una vez más, no por mis méritos, sino por la misericordia de mi Señor.
Recuerdo a todos y por todos pido. Pero mis hijos de Venecia, los últimos que el Señor ha querido poner en torno mío, como último consuelo y gozo de mi vida sacerdotal, quiero nombrarles particularmente como prueba de admiración, reconocimiento y de ternura singular, Los abrazo en espíritu a todos, a todos, clero y laicado, sin distinción, como sin distinción los he amado como miembros de una misma familia, objeto de una misma preocupación y amabilidad paternal y sacerdotal. “Padre santo, conserva a estos que me diste en tu nombre: que sean una sola cosa como nosotros” (Jn 17, 11).
En el momento del adiós, o mejor, del hasta la vista, también recuerdo a todo lo que más vale en la vida: Cristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio, y, en el Evangelio, sobre todo, el Padre Nuestro, con el espíritu y el corazón de Cristo y del Evangelio, la verdad y la bondad, la bondad mansa y benigna, activa y paciente, invicta y victoriosa.
Hijos míos, hermanos míos, adiós. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre de Cristo nuestro amor, de María nuestra dulcísima madre; de San José mi primer y principal protector. En el nombre de San Pedro, de San Juan Bautista y de San Marcos; de San Lorenzo Justiniano y de San Pío X. Que así sea.
Cardenal Ángel José Roncalli, patriarca.
Este texto lleva de puño y letra del Papa las siguiente acotaciones:
«Estas páginas escritas por mi valen como manifestación de mi absoluta voluntad para el caso de mi muerte repentina.
Venecia, 17 de septiembre de 1957.
Ángel José Roncalli, Cardenal.
Y valen también como testamento espiritual sumándose a las disposiciones testamentarias aquí unidas con fecha de 30 de abril de 1959ۚ».
Juan XXIII PP.
Roma, 4 de diciembre de 1959.
MI TESTAMENTO
Castelgandolfo, 12 de septiembre de 1961.
Bajo el auspicio amable y confiado de María, mi Madre celestial, cuyo nombre celebra hoy la liturgia, y a los ochenta años de edad, dispongo y renuevo aquí mi testamento, anulando cualquier otra voluntad hecha y escrita precedentemente, en otras ocasiones.
Espero y aceptaré sencilla y alegremente la llegada de mi hermana la muerte con todas las circunstancias con que le plazca al Señor enviármela.
Ante todo pido perdón al Padre de las misericordias por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, como tantas y tantas veces dije y repetí al ofrecer mi Sacrificio diario.
Para esta primera gracia del perdón de Cristo, para todas mis culpas, y de la entrada de mi alma en el bienaventurado y eterno Paraíso, me encomiendo a la intercesión de cuantos me han seguido, conocido durante toda mi vida de sacerdote, de obispo y de humildísimo e indigno siervo de los siervos del Señor.
Se llena mi corazón de alegría al renovar íntegra y ferviente mi profesión de fe católica, apostólica y romana. Entre las diversas formas y símbolos con que suele expresarse la fe, prefiero el “Credo de la misa” sacerdotal y pontifical, con la elevación más profunda y sonora en unión con la Iglesia universal de todos los ritos, siglos y regiones: desde el “Credo in unum Deum Patrem omnipotentem” al “Et vitam venturi saeculi”.
Lema :
(La paz, obra de la justicia)
Miserere mei, Deus, secundum (magnam) misericordiam tuam.
Queste parole, che, conscio di esserne immeritevole ed impari, pronunciai nel momento, in cui diedi tremando la mia accettazione alla elezione a Sommo Pontefice, con tanto maggior fondamento le ripeto ora in cui la consapevolezza delle deficienze, delle manchevolezze, delle colpe commesse durante un così lungo Pontificato e in un'epoca così grave ha reso più chiare alla mia mente la mia insufficienza e indegnità. Chiedo umilmente perdono a quanti ho potuto offendere, danneggiare, scandalizzare con le parole e con le opere. Prego coloro, cui spetta, di non occuparsi né preoccuparsi per erigere qualsiasi monumento alla mia memoria; basta che i miei poveri resti mortali siano deposti semplicemente in luogo sacro, tanto più gradito quanto più oscuro. Non mi occorre di raccomandare i suffragi per l'anima mia; so quanto numerosi sono quelli che le norme consuete della Sede Apostolica e la pietà dei fedeli offrono per ogni Papa defunto. Non ho nemmeno bisogno di lasciare un « testamento spirituale », come sogliono lodevolmente fare tanti zelanti Prelati; poiché i non pochi Atti e discorsi, da me per necessità di officio emanati o pronunziati, bastano a far conoscere, a chi per avventura lo desiderasse, il mio pensiero intorno alle varie questioni religiose e morali.
Ciò premesso, nomino mia erede universale la Santa Sede Apostolica, da cui tanto ho avuto, come da Madre amantissima.
15 Maggio 1956.
PIUS PP. XII
*A.A.S., vol. L (1958), n. 16, p. 798.
Queste parole, che, conscio di esserne immeritevole ed impari, pronunciai nel momento, in cui diedi tremando la mia accettazione alla elezione a Sommo Pontefice, con tanto maggior fondamento le ripeto ora in cui la consapevolezza delle deficienze, delle manchevolezze, delle colpe commesse durante un così lungo Pontificato e in un'epoca così grave ha reso più chiare alla mia mente la mia insufficienza e indegnità. Chiedo umilmente perdono a quanti ho potuto offendere, danneggiare, scandalizzare con le parole e con le opere. Prego coloro, cui spetta, di non occuparsi né preoccuparsi per erigere qualsiasi monumento alla mia memoria; basta che i miei poveri resti mortali siano deposti semplicemente in luogo sacro, tanto più gradito quanto più oscuro. Non mi occorre di raccomandare i suffragi per l'anima mia; so quanto numerosi sono quelli che le norme consuete della Sede Apostolica e la pietà dei fedeli offrono per ogni Papa defunto. Non ho nemmeno bisogno di lasciare un « testamento spirituale », come sogliono lodevolmente fare tanti zelanti Prelati; poiché i non pochi Atti e discorsi, da me per necessità di officio emanati o pronunziati, bastano a far conoscere, a chi per avventura lo desiderasse, il mio pensiero intorno alle varie questioni religiose e morali.
Ciò premesso, nomino mia erede universale la Santa Sede Apostolica, da cui tanto ho avuto, come da Madre amantissima.
15 Maggio 1956.
PIUS PP. XII
*A.A.S., vol. L (1958), n. 16, p. 798.

Escudo pontificio Pío XII
FUENTE : LA SANTA SEDE
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