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martes, 1 de noviembre de 2022

Orando la MUERTE, alcanzamos el CIELO!!. (Los más bellos HIMNOS de la LHH)




Hola, queridos hermanos!! :

una de las antípodas más cuestionantes de la existencia humana, es la vida y la muerte.

Desde pequeña siempre me cuestionó la caducidad de nuestro entorno. Pero, Dios te va mostrando y enseñando que solo una cosa es inmutable e imperecedera, y que se ha mantenido cerca de nosotros, en lo más íntimo de nuestro ser a los largo de las diversas generaciones humanas : Él mismo, Dios mismo!!...

La muerte es el fin de nuestra misión en este mundo. Nos encontremos en las circunstancias que sean, cuando llega el "momento", nos debemos marchar, nos debemos ir. La muerte es considerada precisamente una "situación límite"...

Pero, ....

¿En qué circunstancias nos vamos?

¿Amargados, tristes, deprimidos? o..

¿Con la firme esperanza del cristiano?...me voy a descansar y a disfrutar de lo que mi PADRE DIOS, ha preparado para los que lo aman y creen en Él...

A continuación, les dejo una selección de himnos tomados de la Liturgia de las horas, son textos que me fascinan y me han ayudado mucho a comprender y a añorar nuestra PATRIA CELESTIAL!!...Dios nos conceda la gracia de ayudar a otros a marchar con alegría a la CASA PATERNA!!...pues, por pura gracia, nos veremos todos allí!!...

Espero, les ayude en vuestros momentos más álgidos, delicados y sublimes de vuestras vidas.


Bibliografía :

Oficio Divino
Liturgia de la horas, según el Rito romano
Tomo IV
Semanas XVIII-XXXIV
Coeditores litúrgicos. 2005. Barcelona



ÍNDICE

1. Cuando la muerte sea vencida

2. Mis ojos, mis pobres ojos

3. Hora de la tarde

4. Libra mis ojos de la muerte

5. Buenos días, Señor, a ti el primero

6. Sólo desde el amor

7. Este es el tiempo en que llegas

8. Ando por mi camino pasajero

9. En esta tarde, Cristo del Calvario

10. Gracias, Señor, por la aurora

11. Otra vez - te conozco - me has llamado

12. ¡Luz que te entregas!

13. Somos el pueblo de la Pascua

14. El mundo brilla de alegría

15. Nos dijeron de noche

16. La noche no interrumpe

17. Estáte, Señor, conmigo

18. Te está cantando el martillo

19. Padre: has de oír

20. Alfarero del hombre, mano trabajadora

21. Fuerza tenaz, firmeza de las cosas

22. Tras el temblor opaco de las lágrimas, no estoy yo solo

23. Por el dolor creyente que brota del pecado

24. El trabajo, Señor, de cada día

25. Se cubrieron de luto los montes

26. El dolor extendido por tu cuerpo

27. Padre nuestro

28. Este mundo del hombre, en que él se afana


- HIMNOS -


1. Cuando la muerte sea vencida

Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como una luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo veamos claro y perfecto

y sepamos que ha de durar,
sin pasión, sin aburrimiento,
entonces, solo entonces,
estaremos contentos.

Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,

y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces,
estaremos contentos.

Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces - siempre, siempre -, entonces
seremos bien lo que seremos.

Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo. Amén.

(Pág. 922 ss.)


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2. Mis ojos, mis pobres ojos

Cuando Mis ojos, mis pobres ojos
que acaban de despertar
los hiciste para ver,
no sólo para llorar.

Haz que sepa adivinar
entre las sombras la luz,
que nunca me ciegue el mal
ni olvide que existes tú.

Que, cuando llegue el dolor,
que yo sé ue llegará,
no se me enturbie el amor,
ni se me nuble la paz.

Sostén ahora mi fe,
pues, cuando llegue a tu hogar,
con mis ojos te veré
y mi llanto cesará. Amén.

(Pág. 546 ss.)


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3. Hora de la tarde

Hora de la tarde,
fin de las labores.

        
        Amo de las viñas,
        paga los trabajos de tus viñadores.

Al romper el día,
nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
nos lo das de balde,
que a jornal de gloria
no hay trabajo grande.


Das al vespertino
lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
dale crecimiento.
Tú que eres la viña,
cuida los sarmientos. Amén

(Pág. 555 ss.)


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4. Libra mis ojos de la muerte
Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.

Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.

Guarda mi fe del anemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!...).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.

(Pág. 574 ss.)


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5. Buenos días, Señor, a ti el primero
Buenos días, Señor, a ti el primero 
    encuentra la mirada
del corazón, apenas nace el día:

tú eres la luz y el sol de mi jornada.

Buenos días, Señor, contigo quiero 
    andar por la vereda:
tú, mi camino, mi verdad, mi vida;
tú, la esperanza firme que me queda.

Buenos días, Señor, a ti te busco, 
    levanto a ti las manos
y el corazón, al despertar la aurora:
quiero encontrarte siempre en mis hermanos.

Buenos días, Señor resucitado, 
    que traes la alegría
al corazón que va por tus caminos,
¡vencedor de tu muerte y de la mía!


Gloria al Padre de todos, gloria al Hijo, 
    y al Espíritu Santo;
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos te alabe nuestro canto. Amén.

(Pág. 582 ss.)


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6. Sólo desde el amor
Sólo desde el amor
la libertad germina,
solo desde la fe
va creciéndole alas.

Desde el cimiento mismo
del corazón despierto,
desde la fuente clara
de las verdades últimas.

Ver al hombre y al mundo
con la mirada limpia
y el corazón cercano,
desde el solar del alma.

Tarea y aventura:
entregarme del todo,
ofrecer lo que llevo,
gozo y misericordia.

Aceite derramado
para que el carro ruede
sin quejas egoístas,
chirriando desajustes.

Soñar, amar, servir,
y esperar que me llames,
tú, Señor, que me miras,
tú que sabes mi nombre.


Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo. Amén.

(Pág. 587 ss.)


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7. Éste es el tiempo en que llegas
Éste es el tiempo en que llegas,
Esposo, tan de repente,
que invitas a los que velan
y olvidas a los que duermen.


Salen cantando a tu encuentro
doncellas con ramos verdes
y lámparas que guardaron
copioso y claro el aceite.


¡Cómo golpean las necias
las puertas de tu banquete!
¡Y cómo lloran a oscuras
los ojos que no han de verte!

Mira que estamos alerta,
Esposo, por si vinieres,
y está el corazón velando,
mientras los ojos se duermen.


Danos un puesto a tu mesa,
Amor que a la noche vienes,
antes que la noche acabe
y que la puerta se cierre. Amén.

(Pág. 609 ss.)


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8. Ando por mi camino pasajero

Ando por mi camino, pasajero,
ya veces creo que voy sin compañía,
hasta que siento el paso que me guía,
al compás de mi andar, de otro viajero.

No lo veo, pero está. Si voy ligero,
él apresura el paso; se diría
que quiere ir a mi lado todo el día,
invisible y seguro el compañero.

Al llegar a terreno solitario,
él me presta valor para que siga,
y, si descanso, junto a mí reposa.

Y, cuando hay que subir monte (Calvario
lo llama él), siento en su mano amiga,
que me ayuda una llaga dolorosa.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Pág. 624 ss.)


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9. En esta tarde, Cristo del Calvario

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a tí mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?

¿Cómo explicarte ue no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.

El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén.

(Pág. 629 ss.)


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10. Gracias, Señor, por la aurora
Gracias, Señor, por la aurora;
gracias por el nuevo día;
gracias por la eucaristía;
gracias por nuestra Señora.
Y gracias por cada hora
de nuestro andar peregrino.

Gracias por el don divino
de tu paz y de tu amor,
la alegría y el dolor,
al compartir tu camino.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén

(Pág. 637 ss.)


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11. Otra vez -te conozco- me has llamado
Otra vez - te conozco - me has llamado.
Y no es la hora, no; pero me avisas.
De nuevo traen tus celestiales brisas
claros mensajes al acantilado

del corazón, que, sordo a tu cuidado,
foralezas de tierra eleva, en prisas
de la sangre se mueve, en indecisas
torres, arenas, se recrea, alzado.

Y tú llamas y llamas, y me hieres,
y te pregunto aún, Señor, qué quieres,
qué alto vienes a dar a mi jornada.

Perdóname, si no te tengo dentro,
si no sé amar nuestro mortal encuentro,
si no estoy preparado a tu llegada.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén

(Pág. 641 ss.)


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12. ¡Luz que te entregas!
¡Luz que te entregas!
¡luz que te niegas!,
a tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicios de tinieblas;
para tu puelo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la Luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla:
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

(Pág. 646 ss.)


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13. Somos el pueblo de la Pascua

        Somos el pueblo de la Pascua,
        aleluya es nuestra canción,
        Cristo nos trae la alegría;
        levantemos el corazón.

El señor ha vencido al mundo,
muerto en la cruz por nuestro amor,
resucitado de la muerte
y de la muerte vencedor.


Él ha venido a hacernos libres
con libertad de hijos de Dios,

él desata nuestras cadenas;
alegraos en el Señor.

Sin conocerle, muchos siguen
rutas de desesperación,
no han escuchado la noticia
de Jesucristo Redentor.


Misioneros de la alegría,
de la esperanza y del amor,

mensajeros del Evangelio,
somos testigos del Señor.

Gloria a Dios padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo Salvador,
gloria al Espíritu divino:
tres Personas y un solo Dios. Amén.

(Pág. 654 ss.)


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14. El mundo brilla de alegría

        El mundo brilla de alegría.
        Se renueva la faz de la tierra.
        Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Ésta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.

Ésta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.

Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza,
hasta que el Señor vuelva.

(Pág. 660 ss.)


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15. Nos dijeron de noche

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo.


La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

        Con la vuelta del sol,
        volverá a ver la tierra
        la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día,
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

        Con la vuelta del sol,
        volverá a ver la tierra
        la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.


La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

        Con la vuelta del sol,
        volverá a ver la tierra
        la gloria del Señor. Amén.

(Pág. 664 ss.)


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16. La noche no interrumpe

        La noche no interrumpe
        tu historia con el hombre;

        la noche es tiempo
        de salvación.

De noche descendía tu escala misteriosa
hasta la misma piedra donde Jacob dormía.

        La noche es tiempo
        de salvación.

De noche celebrabas la Pascua con tu pueblo,
mientras en las tinieblas volaba el exterminio.

        La noche es tiempo
        de salvación.

Abrahán contaba tribus de estrellas cada noche;
de noche prolongabas la voz de la promesa.

        La noche es tiempo
        de salvación.

De noche, por tres veces, oyó Samuel su nombre;
de noche eran los sueños tu lengua más profunda.

        La noche es tiempo
        de salvación.

De noche, en un pesebre, nacía tu Palabra;
de noche lo anunciaron el ángel y la estrella.

        La noche es tiempo
        de salvación.

La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro;
la noche vio gloria de su resurrección.


        La noche es tiempo
        de salvación.

De noche esperaremos tu vuelta repentina,
y encontrarás a punto la luz de nuestra lámpara.


        La noche es tiempo
        de salvación. Amén.

(Pág. 664 ss.)


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17. Estáte, Señor, conmigo

Estáte, Señor, conmigo
siempre, sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.


Llévame en tu compañía,
donde tú vayas, Jesús,
porque bien sé que eres tú
la vida del alma mía;
si tú vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin tí me quedo,
ni si tú sin mí te vas.


Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das
sé que alcanzarla no puede
cuando yo sin tí me quedo,
cuando tú sin mí te vas. Amén.

(Pág. 710 ss.)


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18. Te está cantando el martillo

Te está cantando el martillo,
y rueda en tu honor la rueda.
Puede que la luz no pueda
librar del humo su brillo.
¡Qué sudoroso y sencillo
te pones a mediodía,
Dios en la dura porfía
de estar sin pausa creando,
y verte necesitando
del hombre más cada día!

Quien diga que Dios ha muerto
que salga a luz y vea
si el mundo es o no tarea
de un Dios que sigue despierto.


Ya no es su sitio el desierto
ni en la montaña se esconde;
decid, si preguntan dónde,
que Dios está - sin mortaja -
en donde un hombre trabaja
y un corazón le responde. Amén.

(Pág. 716 ss.)


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19. Padre: has de oir

Padre: has de oír
este decir
que se me abre en los labios como flor.
Te llamaré
Padre, porque
la palabra me sabe a más amor.

Tuyo me sé,
pues me miré
en mi carne prendido tu fulgor.
Me has de ayudar
a caminar,
sin deshojar mi rosa de esplendor.

Por cuanto soy
gracias te doy:
por el puro milagro de vivir.

Y por el ver
la tarde arder,
por el encantamiento de existir.

Para ir,
Padre, hacia ti,
dame tu mano suave y tu amistad.
Pues te diré:
sólo no sé
ir rectamente hacia tu claridad.


Tras el vivir,
dame el dormir
con los que aquí anudaste a mi querer.
Dame, Señor,
hondo soñar.
¡Hogar dentro de ti nos has de hacer! Amén.

(Pág. 721 ss.)


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20. Alfarero del hombre, mano trabajadora

Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos inciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto, los primeros animales.

De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, Vigor, Orígen, Meta
de los sonoros ríos de la vida.

El árbol toma cuerpo, y el agua melodía;
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.

No hay brisa, si no alientas, monte, si no estás dentro,
ni soledad en la que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia. Vivir es este encuentro:
Tú, por la luz, el hombre por la muerte.


¡Que se acabe el pecado! ¡Mira que es desdecirte
dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte de haberle dado un día las llaves de la tierra. Amén.

(Pág. 721 ss.)


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21. Fuerza tenaz, firmeza de las cosas
Fuerza tenaz, firmeza de las cosas,
inmóvil en ti mismo;
origen de la luz, eje del mundo
y norma de su giro:

Concédenos tu luz en una tarde
sin muerte ni castigo,
la luz que se prolonga tras la muerte
y dura por los siglos. Amén.

(Pág. 735 ss.)


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22. Tras el temblor opaco de las lágrimas
Tras el temblor opaco de las lágrimas,
no estoy yo solo.
Tras el profundo velo de mi sangre,
no estoy yo solo.

Tras la primera música del día,
no estoy yo solo.
Tras la postrera luz de las montañas,
no estoy yo solo.

Tras el estéril gozo de las horas,
no estoy yo solo.
Tras el augurio helado del espejo,
no estoy yo solo.

No estoy yo solo; me acompaña, en vela,
la pura eternidad de cuanto amo.
Vivimos junto a Dios eternamente.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Pág. 740 ss.)


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23. Por el dolor creyente que brota del pecado

Por el dolor creyente que brota del pecado;
por haberte querido de todo corazón;
por haberte, Dios mío, tantas veces negado,
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.

Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración;
porque es como la hiedra sobre un árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión.

Porque es como la hiedra, déjame que te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,

y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies.


¡Porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que tú lo ves! Amén.

(Pág. 748 ss.)


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24. El trabajo, Señor, de cada día
El trabajo, Señor, de cada día
nos sea por tu amor santificado,
convierte su dolor en alegría
de amor, que para dar tú nos has dado.

Paciente y larga es nuestra tarea
en la noche oscura del amor que espera;
dulce huésped del alma, al que flanquea
dale tu luz, tu fuerza que aligera.


En el alto gozoso del camino,
demos gracias a Dios, que nos concede
la esperanza sin fin del don divino;
todo lo puede en él quien nada puede. Amén.

(Pág. 754 ss.)


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25. Se cubrieron de luto los montes

Se cubrieron de luto los montes
    a la hora de nona.

El Señor rasgó el velo del templo
    a la hora de nona.
Dieron gritos las piedras en duelo
    a la hora de nona.
Y Jesús inclinó la cabeza
    a la hora de nona.


    Hora de gracia,
    en que Dios da su paz a la tierra
    por la sangre de Cristo.


Levantaron sus ojos los pueblos
    a la hora de nona.
Contemplaron al que traspasaron
    a la hora de nona.
Del costado manó sangre y agua
    a la hora de nona.
Quien lo vio es el que da testimonio
    a la hora de nona.

    Hora de gracia,
    en que Dios da su paz a la tierra
    por la sangre de Cristo. Amén.

(Pág. 754 ss.)


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26. El dolor extendido por tu cuerpo

El dolor extendido por tu cuerpo,
sometida tu alma como un largo,
vas a morir y mueres por nosotros
ante el Padre que acepta perdonándonos.

Cristo, gracias aún, gracias, que aún duele
tu agonía en el mundo, en tus hermanos.
Que hay hambre, ese resumen de injusticias;
que hay hombre en el que estás crucificado.

Gracias por tu palabra que está viva,
y aquí la van diciendo nuestros labios;
gracias porque eres Dios y hablas a Dios
de nuestras soledades, nuestros bandos.

Que no existan verdugos, que no insistan;
rezas hoy con nosotros que rezamos.
Porque existen las víctimas, el llanto. Amén.

(Pág. 760 ss.)


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27. Padre nuestro

Padre nuestro,

    Padre de todos,
    líbrame del orgullo
    de estar solo.


No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé que, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor.

No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.

Pues vine huyendo del ruído,
pero de los hombres no.

Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre "nosotros",
incluso si dice "yo". Amén.

(Pág. 767 ss.)


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28. Este mundo del hombre, en que él se afana

Este mundo del hombre, en que él se afana
tras la felicidad que tanto ansía,
tú lo vistes, Señor, de luz temprana
y de radiante sol al mediodía.

Así el poder de tu presencia encierra
el secreto más hondo de esta vida;
un nuevo cielo y una nueva tierra
colmarán nuestro anhelo sin medida.

Poderoso Señor de nuestra historia,
no tardes en venir gloriosamente;
tu luz resplandeciente y tu victoria
inunden nuestra vida eternamente. Amén.

(Pág. 772 ss.)


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San José, padre nutricio del Hijo de Dios...

ayúdanos a llegar a nuestra Casa celestial....

Oremos...